Dos minutos mirando trabajar a doña Margot parado en la puerta de su local en la calle Santa Ana de Trinidad en Cuba, fueron suficientes para iniciar una conversación.
–¿Puedo tomarle una foto?, le pregunté. Así tal cual está, trabajando. No me interesaba que arreglara ninguno de los elementos que tenía cerca porque la escena era perfecta, iluminada solamente con una pequeña lámpara sobre su máquina de coser.
Más allá de tener una amplia puerta para que los turistas ingresen libremente a mirar su trabajo. Este espacio era su entorno, su mundo, su intimidad, algo que a veces tomamos prestado de una escena para compartirlo con los demás.
Doña Margot insistió en presentarme a su familia que vivía muy cerca. Su hijo estaba de cumpleaños aquel día y sin conocerme me invitaron a que los acompañara en la celebración.
Una de las cosas que nos permite la fotografía es acercarnos a la intimidad de las personas sin previo aviso. Un privilegio que agradecemos quienes amamos esta profesión.