Mi viaje a Moscú

Sin estar escrito en mi plan, programé un viaje a Moscú para intentar alguna gestión con la embajada de mi país. Luego del episodio del robo de mi tarjeta de crédito en San Petersburgo, el futuro de mi viaje era incierto. Veía todo tan gris como el cielo en Rusia.
Con la cabeza un poco más fría, tomé contacto con mi banco en Chile y les envié todos los antecedentes del robo. Ellos me respondieron por escrito “Nelson, iniciaremos una investigación de los hechos y le daremos una respuesta a la brevedad”. Independiente de la buena disposición que mostraban de ayudarme, no me aseguraban nada, sólo me invitaban a esperar.
Por otro lado cuando solicité una nueva tarjeta de crédito recibí una respuesta bastante graciosa. “No hay ningún problema en entregarle una nueva tarjeta, sólo debe acercarse personalmente a cualquiera de nuestras sucursales”. La persona que atendió mi solicitud parecía no entender que me encontraba a más de 13.700 kilómetros de distancia, muy lejos de cualquier lugar a donde incluso mi imaginación pudiera llevarme.
«El tren se mueve silencioso, a ratos parece un avión suspendido en el aire. En los trenes nocturnos tienes la posibilidad de viajar acostado en una cubículo cama, con otras 5 personas. Mientras la opción más económica es abierta al pasillo y cualquiera que transite por él te puede ver durmiendo a medianoche, existe otro servicio posee una puerta que permite absoluta privacidad».
Los días pasaban y no encontraba solución, por lo que decidí desplazarme 700 kilómetros hasta Moscú e intentar alguna gestión en la embajada. Hice aquel viaje en tren, tomando una de las tantas opciones disponibles que cubren las dos ciudades. Viajé de día en un tren rápido que hace el trayecto en casi 4 horas.
Encontré un coche de 6 asientos por cubículo, más una pequeña mesa junto a la ventana. Me acompañaba una familia asiática de 4 personas que no despegaron la mirada de sus teléfonos celulares todo el tiempo. Ninguno de ellos me saludó. La otra persona era una mujer rusa que trató de contarme en un inglés muy básico que vivía en Kazán y que también le gustaba viajar por Rusia. El servicio cuesta $2.000RUB e incluye una botella de agua, un pequeño chocolate, pantuflas, mantas y un sándwich de colación.
Si quieres algo extra lo puedes pedir a la sobrecargo o ir tu mismo al coche restaurante por más opciones. El tren se mueve silencioso, a ratos parece un avión suspendido en el aire. En los trenes nocturnos tienes la posibilidad de viajar acostado en una cubículo cama, con otras 5 personas. Mientras la opción más económica es abierta al pasillo, donde cualquiera que transite por él te puede ver durmiendo a medianoche, también existe otro servicio que posee una puerta que permite absoluta privacidad.

Camino a la embajada
Al llegar a Moscú fui directamente a buscar la embajada. Como no daba con la dirección le pregunté a un policía ruso que apuntó con su mano hacia la bandera chilena que flameaba sobre la puerta de acceso, aún mojada por la lluvia. Pisé por algunos minutos espacio chileno en tierras rusas, mi primera vez en 3 meses.
Me atendió Katya, una señora rusa muy amable asistente del cónsul. Ella me contó que los robos en San Petersburgo eran muy comunes, sobre todo en lugares turísticos como museos y teatros, donde la aglomeración de gente se volvía ideal para el accionar de los delincuentes.
“Durante la Copa Confederaciones tuvimos a muchos chilenos en la misma situación. Los ladrones no tienen consideración, ni siquiera con la gente mayor. Pero debes estar tranquilo, por lo menos tu estás bien y eso es lo importante”.
Al fin encontraba palabras sensatas que coincidían con mi visión positiva de aquel mal momento.
«Luego de llamar por teléfono, buscar en internet y deprimirme un poco más por lo difícil de aquella gestión, decidí dejar todo en manos del destino y optar por la opción más económica: la Oficina de Correos de Rusia, el temible servicio público».
Luego de firmar los papeles tuve que ir a un banco a pagar las estampillas como último trámite. Un taxi me paseó por el centro de Moscú camino al banco y pude degustar algo de su bella arquitectura. Al regresar a la embajada y recibir los documentos originales me quedaba aún lo más importante por hacer: descubrir cómo enviar esos papeles físicamente a Chile.
Empresa de correos de Rusia
Las empresas de transporte internacional como FedEx o DHL me cobraban un ojo de la cara por enviar un simple sobre con dos páginas a mi país. En efecto, estaba en Moscú demasiado lejos de cualquier lugar para encontrar ofertas convenientes. Luego de llamar por teléfono, buscar en internet y deprimirme un poco más por lo difícil de aquella gestión, decidí dejar todo en manos del destino y optar por la opción más económica: la Oficina de Correos de Rusia, el temible servicio público.
Una voz en mi interior me decía “no lo mandes por aquí, seguro que no llegará”, pero no me quedaba tanto dinero para gastarme U$100 en el envío de un sobre con papeles y decidí hacerlo de todas formas.
