No podría explicar lo maravilloso de Chefchaouen de mejor forma que no sea a través imágenes. Y eso fue lo que decidí hacer, caminar por sus calles y maravillarme con su belleza, su tranquilidad y sus múltiples encantos. Subiendo escaleras, perdiéndome en sus callejuelas, acariciando gatos y por supuesto, disfrutando de su intenso azul.

Cuenta la leyenda que, cuando España estaba bajo influencia árabe, un emir se enamoró de una joven de Vejer de la Frontera. Con la expulsión de musulmanes y judíos de la península, la pareja se refugió en el noroeste de Marruecos y para mitigar la nostalgia de su esposa, el mandatario construyó una ciudad que replicaba al pueblo gaditano: Chefchaouen, también llamado Chauen y Xauen.
Chefchaouen, la Ciudad Azul de Marruecos es una pequeña ciudad de unos 40.000 habitantes que se encuentra a unos 100km de Ceuta en las faldas de los montes Tisouka (2.050m) y Megou (1.616 m) de la Cordillera del Rif, que se elevan por encima del pueblo como dos cuernos, dando así nombre a la ciudad (Chefchaouen en berebér significa: «mira los cuernos»).
Los habitantes de Chaouen tienen la costumbre de pintar las paredes y el piso de las casas varias veces al año coincidiendo con los cambios de estación y las celebraciones anuales. El objetivo de esta tradición es purificar, higienizar y ahuyentar a los insectos, lo que se ha transformado en una característica estético que identifica a la ciudad y a la vez atrae a los visitantes.

Como fotógrafo y viajero también sentí curiosidad por conocer tan hermoso lugar. Quería recorrer sus calles, descubrir cómo se comportaba la luz entre aquellos magníficos rincones azules. En la hostal donde me estaba quedando conocí a Sophie, una viajera alemana a quién invité a caminar por la zona más antigua de la ciudad para hacer algunas fotografías, lo que ella aceptó encantada.
Para lograr mayor contraste con los muros azulados que están por todas partes, primero visitamos la Medina para seleccionar un vestuario blanco especialmente para la ocasión. Mientras Sophie se maravillaba probándose prendas típicas, aprovechamos de practicar el arte del regateo. La túnica que seleccionamos, obviamente resultó tener un valor bastante más bajo que el inicial.
Una vez que llegamos al lugar, nos reímos un montón subiendo escaleras y preguntándole a la gente local ¿no hay problemas si tomamos unas fotos aquí?. En algunos callejones no sabíamos si estábamos en la calle, en el patio de alguna casa o si definitivamente estábamos entrando a alguna de ellas.
Al contrario de otras ciudades de Marruecos, nos sorprendió el silencio que encontramos en las calles, sin demasiados vehículos o motocicletas dando vueltas. El silencio sólo era interrumpido por la voces de los niños jugando o el sonido por altoparlantes del «adhan», que es el llamado a la plegaria del mundo musulmán. Se recita 5 veces al día siempre en árabe, lengua litúrgica del Islam.
Estas son algunas de las fotografías que hicimos mientras recorríamos las calles de la Ciudad Azul, algo que sin duda constituyó un hermoso recuerdo para el viaje de Sophie y también para el mío.









Fotografía ©Nelson González Arancibia
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