No podría hablar de mi estadía en Rusia sin mencionar un hecho que condicionó el resto de mi viaje. Sufrir un robo viajando no es cualquier cosa, mucho más estando tan lejos de casa.
Fotografía y relato: Nelson González Arancibia
Luego de pasar unos días en San Petersburgo conocí a una chica rusa de nombre Tatiana. Aquella tarde habíamos quedado de vernos en un café a la salida de su trabajo. El día estaba frío como de costumbre en otoño, me abrigué lo más que pude, tomé mis audífonos y cerca de las 20:00hrs., caminé a la estación de metro Ploshchad Vosstaniya, a sólo unas cuadras de mi hostal.
Como era habitual a esa hora se podían escuchar a algunas bandas haciendo música fuera del metro, abuelas vendiendo flores en la esquina y mucha gente regresando cansada del trabajo. Bajé las largas escaleras mecánicas y esperé en el andén la llegada del próximo tren. Para acceder a los vagones, debía esperar mi turno junto a una puerta similar a un ascensor. Imaginar el interior de ese lugar me producía claustrofobia ya que hasta que las pestañas se abren, no se puede ver nada hacia dentro o hacia fuera del tren.
Se ha realizado un nuevo cargo a tu tarjeta de crédito
Un estruendo metálico del otro lado de la pared anunciaba la llegada de los carros. Cuando se abrieron las puertas, se produjo una sorpresiva aglomeración de personas y por un momento se hizo difícil caminar. Me pareció extraño, era la primera vez que veía tanta gente moviéndose a empujones estando el vagón casi vacío en su interior. Las puertas se cerraron y el tren se puso en marcha, pero algo no estaba bien. Instintivamente toqué el bolsillo trasero de mi pantalón y lo entendí todo: mi billetera con todos mis documentos ya no estaban.
Traté de mantener la calma y me senté a pensar. Busqué apoyo en las pocas personas que venían junto a mi. “Me robaron, ¿puedes compartirme internet por favor?, necesito bloquear mis tarjetas”. Pero nadie sabía, nadie podía, nadie vio nada. Una mujer me dijo “debes ir a la policía”, pero dentro de un carro del metro eso no parecía ayudar demasiado.
Habían pasado sólo 8 minutos del robo cuando comenzaron a llegar los primeros mensajes SMS a mi teléfono: “Te informamos que se ha realizado el cargo a tu tarjeta de crédito por un monto de 140 Euros”. Dos minutos más tarde llegó el siguiente mensaje, luego uno más.
Cuando me bajé en la estación Primorskaya corrí a la cafetería Marcellis donde me reuniría con la chica rusa, esperando conseguir wifi y bloquear mi tarjeta de crédito. Como una película de terror, mientras avanzaba seguían llegando a mi teléfono los mensajes con nuevas compras hechas a mi nombre. Al pedirle la clave del wifi a uno de los meseros me enteré que en ese lugar la red sólo funcionaba con números rusos, a esa altura transpiraba frío y me temblaban las manos.
Salí a la calle y al ver a mi amiga llegar sin siquiera saludarla le dije “rápido, necesito internet, me robaron en el metro!!!”, ella abrió los ojos y me dijo sin entender mucho ¡pero no sé cómo se comparte internet con este teléfono! Volvimos a entrar e intentamos conectarnos otra vez al wifi. Si esta secuencia fuera parte de una película sobre mi vida, la música que hasta ese momento era sofocante e intensa, se hubiese detenido abruptamente: luego de 50 minutos del robo, donde literalmente me reventaron la tarjeta, logré finalmente bloquearla.
Ellos te ofrecen té, dicen que es gratis
Es difícil contar esta historia y no sentir otra vez la impotencia que me produjo sufrir un robo viajando. Nos sentamos por un momento y uno de los meseros me preguntó si quería ordenar algo. Sólo un vaso de agua por favor, le dije tratando de dibujar una sonrisa nerviosa en mi rostro. El chico le habló algo a mi amiga y luego ella me tradujo. “Ellos te ofrecen si quieres tomar té, dicen que es gratis, no debes pagarlo”. Era una muestra de empatía que se agradece, a esa altura de la noche todo el personal sabía lo que había sucedido.
Luego de algunos minutos salimos de la cafetería y regresamos a la estación a preguntar si alguien había visto algo. Extrañamente y a pesar de que hay cámaras por todas partes, nadie vio nada. Uno de los guardias del metro llamó por radio y nos dijo que habían encontrado mis documentos, pero que teníamos que preguntar en la estación de policía al día siguiente. Ya era casi medianoche.
La estación de policía y su pesada puerta metálica
A la mañana siguiente me encontré nuevamente con Tatiana que me acompañó a la policía. Era un viejo edificio muy cerca de la estación del metro. Tocamos el citófono un par de veces y una descolorida voz de hombre respondió. Luego de un momento se abrió una pesada puerta metálica y pudimos ingresar. Si el edificio se veía viejo por fuera, por dentro era peor. Me sentía subiendo los peldaños de una casa abandonada, oscura y completamente en silencio. Llegamos al tercer piso y nuevamente lo mismo: el citófono y otra pesada puerta metálica.
En el interior Tatiana habló en ruso con varias personas y luego de un momento nos hicieron pasar. “Espera aquí”, me dijo ella mientras caminaba al final del pasillo. Luego de eso me llamaron y pude entrar a la oficina. Mis documentos estaban sobre un escritorio junto a la billetera.
El policía, que vestía camisa blanca y pantuflas, me preguntó, “¿esto es todo lo que tenía en su interior?”. Estaba mi licencia de conducir y mi identificación pero faltaba el dinero en efectivo y mi tarjeta de crédito, obviamente. Luego de llenar una declaración con el detalle de lo sucedido me entregaron una copia para que la firmara, la cual no entendí en lo más mínimo. Tomé mis cosas, me despedí y nos fuimos, ya nada podía ser peor.