Durante un viaje, nuestra mirada sobre el mundo puede abrirse tan ampliamente como sea nuestra voluntad.
Las verdades absolutas desaparecen y el sentido de nuestra existencia cobra múltiples significados. Nos disponemos a vivir el presente cada mañana, esperando respirar bocanadas de aire nuevo que alimenten nuestro espíritu. Estas no son historias extraordinarias, sólo son relatos de un viajero abierto a recibir todo lo que la vida tiene para ofrecer.
Relatos y fotografías: Nelson González Arancibia
La gente de Bolivia
Oruro, Bolivia / Muchas gracias Bolivia que siempre me recibe tan bien. Y no me refiero específicamente a las comodidades de un hospedaje económico o la comida, me refiero al cariño de la gente que conozco en las calles y que me permite registrarla en fotografías. Es tan sencillo como darse un minuto para conocer a alguien, preguntarle su nombre y de inmediato la disposición será la mejor.
En esta foto, estaba recién llegado a Oruro cuando me encontré con este desfile campesino, celebración llamada «Las Comadres» dos días antes del carnaval. Lindos recuerdos, linda gente.
Retrato en Marrakech
Tan lejos, tan cerca
Berlin, Alemania / Hace varios años, aún trabajando en la universidad, aluciné con una película en blanco y negro del alemán Win Wenders ambientada en Berlín, llamada “Tan lejos, tan cerca”. Contaba la historia de cómo los ángeles se mezclan con los seres humanos y se hacen parte de sus historias, de felicidad y tristeza. La película comienza con una toma del ángel Cassiel, en lo más alto de la Columna de la Victoria en Berlín, el mismo lugar que quise visitar hoy.
Esta historia no tendría nada de particular de no ser por algo que me ocurrió y que de cierta forma marcó mi viaje hasta hoy. Había tomado ya varias fotografías de la obra suspendida a 69 metros del suelo en pleno centro de Berlín cuando me dispuse a caminar un poco más. Tenía la cámara y todas mis cosas sobre un muro de cemento en el parque Tiergarten frente a la escultura. Cuando quise ponerme la mochila, la cámara se enredó con la correa y cayó azotándose contra el concreto.
La cámara tenía puesto uno de mis mejores lentes, un 400 milímetros que rompió su montura saltando los tornillos en todas direcciones. El cuerpo de la cámara sufrió menos daños, pero el compartimiento para las tarjetas compact flash dejó de funcionar. Todo esto transcurrió en apenas un segundo, pero me pareció una eternidad al ver que mi equipo caía en cámara lenta al piso y yo paralizado en silencio esperaba el sonido del golpe. Fue un momento muy extraño porque me sentí mal, me dolió el cuerpo, como si hubiese sido yo quien se golpeó en realidad.
Y ahí estaba otra vez, con mi cámara dañada y el lente destrozado, pero pensando de la misma forma cuando algo no resulta bien: “estas cosas pasan”.
La canción Stay (faraway so close) de U2 parte de la banda sonora de “Tan lejos, tan cerca” dice en su letra:
«Las tres de la madrugada.
Está todo tranquilo y no hay nadie merodeando.
Sólo el golpe y el estrépito,
Cuando un ángel aterriza.
Sólo el golpe y el estrépito,
Cuando un ángel se estrella contra el suelo».
Sofá compartido en Bratislava
Bratislava, Eslovaquia / Antes de llegar a Bratislava en Eslovaquia mandé varias solicitudes de hospedaje a través de Couchsurfing y Mónica fue la primera en responder. Ella fue muy amable en recibirme, pero antes de llegar a su casa me envió un mensaje y me dijo “Nelson, tengo un problema. Un chico de Berlin a quien acepté hace unos días retrasó su llegada y me avisó que hoy estará en la ciudad. ¿Es problema para ti si le digo que puede venir hoy?”. Le respondí que no necesitaba preguntarme nada, que ella era la dueña de la casa y que podía hacer lo que quisiera.
Aquel día nos encontramos en el centro de la ciudad, ella venía con Daniel el chico alemán que se hospedaría con nosotros. Fuimos a degustar comida eslovaca típica a un restaurante, luego a un bar por unas cervezas y finalmente tomamos un taxi a casa.
El departamento estaba ubicado en una zona residencial un poco lejos del centro. Era un cuarto piso, se veía limpio y ordenado.
Mónica me preguntó:
– ¿Tienes problemas en compartir la misma cama?.
Por un segundo brillaron mis ojos. –»No, en lo absoluto», le respondí, mostrando toda mi mente abierta de viajero. Hasta ahí todo iba bien, pero en realidad no me estaba invitando a dormir con ella sino a compartir un sofá-cama con el chico alemán. Con Mónica nos quedamos charlando un poco más en la cocina, mientras Daniel, que ya había bebido suficiente, se instalaba en el sofá.
Pensaba que no había nada de malo en compartir un espacio para dormir, imagino que muchos viajeros lo hacen todo el tiempo, pero en realidad era algo nuevo para mi. Muchas veces me sucede que cuando duermo en un lugar nuevo y despierto a medianoche me tardo unos segundos en recordar ¿dónde estoy?, mucho más si hay alguien a mi lado. Para evitar sentirme incómodo decidí acostarme al revés, mirando a los pies de mi compañero de sofá, eso me pareció la mejor solución.
Tratando de conciliar el sueño pensaba en lo extraño y gracioso que era todo, algo que seguramente estaría en mi lista de cosas para recordar de este viaje. La mañana siguiente Daniel siguió su camino y yo salí a conocer Bratislava sin novedad. Aquella noche tuve todo el sofá para mí.
Victor Jara en el mundo
Stuttgart, Alemania / Una muy fría mañana de verano en Alemania, llegué a la estación de buses de Stuttgart desde Kirchberg. Le pregunté a unas chicas si era la parada correcta y un hombre sentado junto a ellas me respondió que si.
Me preguntó de dónde era y le respondí.
– Soy de Chile.
– Ohhh Chile, Inti-Illimani, Victor Jara!!
– Si, Victor Jara. Y comenzó a tararear en un inglés británico “El derecho de vivir en paaaaaz!!”. Luego me contó que era inglés y que se llamaba Ian. De esta forma dejé Stuttgart camino a Berlin.
Mi visita al médico en Rusia
San Petersburgo, Rusia / Algo que a menudo aparece en los relatos de un viajero, tiene que ver con los imponderables, con lo no programado e incluso con aquello que sucede por primera vez. Cuando estás en un país donde todo parece extraño y tienes problemas hasta para diferenciar el desodorante de la crema de afeitar en el supermercado, realizar trámites más complejos parecen toda una odisea. En realidad eso es parte del viaje y de alguna forma le agrega ese porcentaje de incertidumbre que nos hace entender que estamos realmente muy lejos de casa.
Algo así me sucedió el día que decidí visitar a un médico en San Petersburgo, Rusia. Hacía más de una semana que estaba con dolor de garganta y el ibuprofeno que tenía en la mochila sólo me calmaba el malestar por algunas horas. Como no quería que aquel aparentemente inofensivo cuadro se complicara, decidí buscar a un otorrinolaringólogo, algo que de sólo leerlo se veía muy complejo.
La consulta estaba cerca de la Avenida Nevsky, la calle principal de la ciudad en una dirección que no era fácil de encontrar. Aquí muchos edificios poseen una numeración extraña, pero en realidad se encuentran detrás de la calle principal entrando por una especie de pórtico a un espacio interior. El lugar era una clínica, pero miraba hacia todos lados y no veía nada que me indicara el camino. Luego de preguntar encontré la entrada.
En el mesón principal una mujer me entregó un formulario donde escasamente puse mi nombre y pasaporte, el resto no lo entendí. Me indicó que debía ponerme unas bolsas plásticas en los zapatos y subir al tercer piso. No se veía mucha gente en los pasillos, por eso cuando encontré a otras personas esperando me senté inmediatamente junto a ellas.
Una vez que llegó mi turno ingresé al salón. Era un espacio grande con una mujer vestida de blanco y una gran linterna sobre su frente, algo que me pareció intimidante y gracioso a la vez. A su lado otra mujer que parecía ocupada anotaba algo en un escritorio sin levantar la cabeza. Traté de explicarle lo que sentía, indicándole el interior de mi garganta. Luego de examinarme por algunos minutos me dijo que no era nada importante y comenzó a escribir en un papel.
La receta por cierto fue algo indescifrable para mi, sólo hay que imaginar la letra de un médico en ruso. En la farmacia se encargaron de explicarme la función de cada medicamento y la periodicidad para ser aplicado. Unas pastillas con sabor y un inhalador fueron más que suficientes, después de eso no volví a sentir malestar.
Aprendiendo ruso mirando cervezas
San Petersburgo, Rusia / Si bien es cierto el ruso parece una lengua indescifrable para los latinos, después de pasar un tiempo viajando es inevitable aprender algunas palabras a partir de su similitud con el español, porque aunque no lo creas, existen.
En mi país el lugar donde se exhiben algunos productos comerciales al público se llama «vitrina». Curiosamente en ruso se escribe «bитрина» pero suena de la misma forma que en español «vitrina». Todo esto lo aprendí mientras contemplaba estas cervezas en una licorería de San Petersburgo y obviamente, no lo olvidé jamás.
Buscando la puerta correcta
Rennes, Francia / Pese a que Francia nunca estuvo en mi plan, llegué aquí de forma natural sin pensarlo mucho. Como es verano y mucha gente se mueve a otros lugares, una chica que conocí me ofreció su departamento en la ciudad de Rennes, para explorar un poco más la zona de Bretaña. El departamento estaba desocupado ya que la chica pasaba las vacaciones en casa de su madre en un pequeño pueblo a un par de horas de aquí. No lo pensé dos veces y acepté encantado. Me entregó las llaves, la dirección y las coordenadas para entrar.
Llegué a la ciudad de Rennes cerca de las 2 de la tarde y luego de caminar por 15 minutos con mi mochila desde la estación de trenes, encontré la calle y la numeración sin problemas. Al ingresar a un pequeño y antiguo edificio de 3 pisos me encontré con un dilema: las indicaciones decían “segundo piso, la puerta de la derecha”. Para mi sorpresa, el segundo piso estaba bastante oscuro y las puertas no eran 2 sino 4, ninguna con numeración. Del otro lado de la cerradura se escuchaba la televisión y obviamente el lugar estaba habitado.
En Chile conocemos el piso a nivel de la calle como número 1, pero en España y Francia (imagino que en otros lugares también) se conoce el nivel de la calle como número 0. Entonces decidí subir al tercer piso, lo que en mi teoría sería el segundo nivel según la indicaciones de mi amiga. Golpee la primera puerta de derecha a izquierda y no salió nadie. Volví a intentarlo y esperé para asegurarme. Pensé en preguntar en otro departamento, después de todo lo peor que podía pasar era molestar a todo el edificio antes de intentar abrir. Lo que no quería era poner las llaves en una puerta equivocada y encontrarme con alguien enojado abriendo desde el interior.
Volví a bajar al piso inferior y golpeé en la puerta donde se escuchaba la televisión. Salió un chico rubio en short y le pregunté si conocía a Floriane, el nombre de la dueña del departamento. Me respondió que no, que no le sonaba. En ese momento se escuchó que alguien subía las viejas escaleras de madera. Eran dos chicos inmigrantes a quienes interrogué en inglés. “No entiendo inglés”, me dijo uno de ellos sin preocuparse demasiado por mi pregunta, mientras se perdía subiendo al piso siguiente.
Me senté en las escaleras a analizar la situación, a esa altura bastante sudado con mi mochila aún en la espalda. Luego de un rato decidí finalmente poner las llaves y ver qué pasaba. Efectivamente era la puerta correcta que se abrió lentamente. El lugar era pequeño y acogedor. Estaba limpio y ordenado sin señales de visitas recientes. Sentí felicidad y alivio, pero una vez adentro pensé ¿será este el lugar?, ¿estaré en el departamento correcto?. Unas fotos de Floriane pegadas en el muro me confirmaron que había llegado a mi hospedaje.
¿Desodorante o crema de afeitar?
Moscú, Rusia / Tratar de sobrevivir en Rusia me dejó todo tipo de experiencias. Una fría noche de sábado en Moscú fui a un supermercado que quedaba a dos cuadras de la hostal por algunas cosas que necesitaba. Compré algo de comida para la cena, algunos útiles de aseo que ya se me estaban por terminar y lo que yo suponía era un desodorante.
Cuando llegué a la hostal y mientras me preparaba para salir a un bar con algunos amigos me di cuenta que mi nivel de ruso era menos que básico: había comprado una crema de afeitar en vez de un desodorante. ¿Nunca intentaron usar crema de afeitar en vez de desodorante?, bueno, yo lo hice. La próxima vez que necesité comprar algo similar, pedí ayuda a alguien que me diera confianza: ¿es shampoo?, ¿estás segura?. Imagino que esto le ha sucedido a más de alguno(a), el comprar algo pensando que era otra cosa y darse cuenta demasiado tarde.
Puesto de frutas en Praga
Praga, República Checa / Seguramente esta foto reflotará aquella eterna discusión sobre ¿dónde viven las mujeres más hermosas del mundo?. Cuando estoy haciendo fotos en la calle, algunas veces me encuentro con personas que me resultan hermosas por diferentes razones que no tienen necesaria relación con su rostro.
Aunque la apreciación de la belleza es algo subjetivo, otras veces también coincido con personas cuya belleza física es indiscutible, como me sucedió con esta chica y su mágica sonrisa en Praga. Cuando me acerqué les pregunté a ella y su compañera si les molestaba que las fotografiara mientras trabajaban en un puesto de frutas junto al Puente de Carlos. Me respondieron que estaba bien, moviendo su cabeza y sonriendo, pero también me dieron a entender que a su jefe no le gustaban las distracciones en el trabajo. Pocos metros más allá un hombre con cara de pocos amigos observaba nuestro diálogo. Le indiqué con mi pulgar hacia arriba que sería corto, que no molestaría y así lo hice.
No hubo tiempo para selfies, números de teléfono o perfiles de Instagram, ni siquiera para intercambiar nombres. Después de eso no volví a pasar por ese lugar, seguí mi camino pensando que esta chica podría estar perfectamente en la portada de una revista.
Karlovy Vary, República Checa
Karlovy Vary, República Checa / Como de costumbre, decidí continuar viaje por República Checa sin saber casi nada sobre mi nuevo destino, solamente utilizando la intuición. Desde Praga tomé un bus que luego de 2 horas me dejó en la encantadora Karlovy Vary. Esta ciudad es un balneario termal en la región de Bohemia Occidental del país. En sus calles se puede ver a mucha gente bebiendo agua en vasos de porcelana que se encuentran por todas partes.
Busqué en Couchsurfing a un anfitrión local que me hospedara y de paso me mostrara la ciudad. Luego de algunos mensajes, recibí la respuesta de Alexandra, de origen ucraniano que aceptaba hospedarme por unos días. Un taxi no muy caro me llevó desde la terminal de buses a la dirección indicada, que para mi sorpresa el lugar no era una casa, sino un hotel con una fantástica vista de la ciudad ubicado sobre una colina en medio de un bosque.
Por esos días de verano el lugar estaba lleno y la única posibilidad que me dio mi anfitriona fue quedarme en un pequeño cuarto en el último piso donde además se hospedaban los trabajadores del hotel, lo que acepté encantado. El piso tenía varias habitaciones alrededor de una espacio central que parecía ser una sala de ejercicios, con grandes espejos en las paredes. Entre todos compartíamos un baño y una ducha. La primera noche salí del cuarto para tratar de escribir un poco instalado sobre una mesa de ping pong y una cuerda con ropa interior colgando sobre mi cabeza.
Una puerta entreabierta al fondo del salón desde donde se escuchaba a una mujer ucraniana hablando por teléfono era el único sonido ambiente a esa hora. Luego de unos minutos la mujer salió de su cuarto y apagó todas las luces dejándome en la penumbra, iluminado sólo con la pantalla de mi computador. Encendí nuevamente las luces y las dejé más bajas para no molestar a nadie, pero la mujer volvió a salir del cuarto y murmurando algo raro en ucraniano volvió a apagar todo. Sin duda no fue un buen comienzo. La mañana siguiente conocí al resto de los trabajadores que vivían en el piso. Estaba Ina y su marido Tolic de Moldavia, Mariana y su novio Vasil de Ucrania, una rusa que trabajaba en recepción que tampoco me hablaba y la ucraniana malhumorada que también prestaba servicios en la cocina.
El día que llegué al Panorama Hotel, mi anfitriona Alexandra me mostró el lugar y me ofreció almorzar en el comedor con una fantástica vista de la ciudad. Tal como aparece en la fotografía, fui recibido con una enorme cerveza checa, que me hizo creer nuevamente en la hospitalidad desinteresada de las personas del mundo.
La pareja de Ina y Tolic trabajaban en la cocina del hotel. Ellos llegaron desde Moldavia a probar suerte a República Checa, dejando a su pequeña hija viviendo en su país esperando regresar. Una noche los escuché hablando por teléfono con ella y me sentí muy identificado con el momento. Viviendo lejos de casa todo se siente diferente, mucho más emocional y sensible. La otra pareja con la que hice amistad fueron Mariana y Vasil, dos chicos ucranianos que trabajaban en la limpieza de los cuartos. Ellos no hablaban nada de inglés y yo nada de ucraniano, pero el traductor del teléfono nos ayudó a comunicarnos. Nos reímos mucho tratando de intercambiar algunas palabras.
Les propuse hacer algunas fotos y ellos aceptaron de inmediato. Al terminar la sesión les quise agradecer invitándolos a compartir una cerveza en un bar, ahí descubrí que en varios países del este de Europa la cerveza se conoce como «pivo». Ellos me dijeron después de muchos intentos, «no es necesario que vamos a un bar, nosotros tenemos «pivo» en el hotel, tu nos hiciste las fotos y nosotros te queremos agradecer». Esa misma noche les ofrecí también hacerles unas fotos a Ina y Tolic, quienes invitaron a su amiga Natasha, la misma ucraniana que me apagó las luces. El día que me fui de Karlovy Vary me despedí de todo el mundo, como si hubiese pasado unos días en casa de un familiar. Incluso Natasha, la ucraniana, también salió a despedirse. Después de hacerle esas fotos ella cambió su actitud y fue más amable. Tomé mi mochila y regresé a Praga, era hora de continuar viajando.
Cosas de asiáticos
Chefchaouen, Marruecos / Luego de pasar varias horas caminando por la Medina en la zona antigua de la ciudad, me senté un momento a descansar con mi equipo fotográfico frente a una hermosa calle en pendiente. A los pocos minutos pasaron frente a mi varios turistas asiáticos, de esos que se mueven en grupo y que fotografían todo lo que encuentran.
Una mujer se paró delante de mi y le dijo a su compañero “hazme una foto con el cameraman”, abriendo los brazos con la típica postura cliché del turista. Repitió esto un par de veces y yo ahí sentado sin decir nada, sorprendido por la situación. La mujer no me preguntó si podía tomarse una foto conmigo, no me saludó ni tampoco se despidió, como si fuese un objeto parte del paisaje incluido en el tour. Ahora comprendo perfectamente cómo se sienten los locales al ser invadidos en su privacidad.
Couchsurfing de emergencia
Madrid, España / Cuando definí que llegaría a Madrid para iniciar mi viaje por Europa busqué hospedaje en Couchsurfing. Para quienes no la conocen, CS es una comunidad global de viajeros que ofrecen sus casas a otras personas con el único fin de ayudar a quienes están en la ruta, sin pedir nada a cambio. Dos meses antes de la salida de mi vuelo desde Chile ya tenía asegurados mis primeros días en Madrid, ya que María (la voy a llamar así por el resto del relato) aceptó mi solicitud. Ella me envió su dirección, me indicó la mejor forma de llegar a su casa y su disposición de tiempo. Pero faltando un día para la salida de mi vuelo ella canceló la estadía, así sin más.
Tuve que buscar rápidamente un hostal para presentarlo en inmigración ya que no podía llegar a Europa sin una reserva. Pero bueno, pensé “son cosas del viaje”. Una vez en mi hostal en Madrid (que no era de los más económicos por las vacaciones de Europa) busqué en CS alguien disponible para enviarle una solicitud de emergencia.
Y como lo cortés no quita lo valiente, también le envié un mensaje a María para saber porqué me había cancelado. Ella me respondió que fue un accidente, que no quiso cancelar mi hospedaje en su casa y que si quería podía ir esa misma noche. Me pareció razonable su respuesta y decidí dejar el hostel para retomar mis planes iniciales. Pensé que todo estaba mejorando y que podía disfrutar de la ciudad por algunas horas. Como nunca llevo internet móvil, busqué un lugar con wifi para chequear mi WhatsApp y me encontré con un nuevo mensaje de María: “Lo siento Nelson, algo imprevisto se presentó, llegó mi hermana y un amigo así es que no podré hospedarte. Disfruta Madrid”. Eso fue lo último que supe de María. “Es imposible disfrutar Madrid en la calle, sin un lugar donde pasar la noche”, pensé en responderle, pero lo dejé así.
Por esos días el Worldpride Madrid tenía todas las reservas de hotel copadas y los valores por las nubes. Me tomé unos minutos y pensé incluso en buscar un autobús nocturno con destino a cualquier lugar. Pero si algo he aprendido viajando, es que hasta en los peores momentos siempre sucede algo que lo arregla todo, sólo hay que esperar. A los pocos segundos me llegó un correo de Ilde, un anfitrión madrileño de CS que respondía mi mensaje y que me aceptaba en su casa. Me dio las coordenadas para encontrarnos cerca de una estación de Metro y aunque vivía fuera de Madrid de todas maneras fue mi salvación.
Dios existe
París, Francia / Caminando por el barrio de Montmartre, un lugar de activa vida artística de Paris me topé con una chica que me mostró una hoja que parecía un listado. Al principio pensé que me estaba vendiendo algo, pero trató de explicarme de qué se trataba, haciendo gestos y mirándome fijamente a los ojos como tratando de hipnotizarme. La hoja tenía información escrita y gráfica con lenguaje de señas. Le respondí que no me interesaba, le di las gracias y sin decirme ni una palabra buscó a otra persona para repetir la escena.
Me quedé junto a unas escaleras tomando fotos de unos graffitis, cuando otra chica que también hacía lo mismo me preguntó:
–¿Eres español?, a lo que respondí –No, soy chileno.
–Yo soy española y estamos recaudando fondos para una institución de niños sordo mudos. –“Pero no tienes acento de española”, le dije.
Sonrió y me respondió, –“En realidad somos de Bosnia”.
En ese momento se acercó la primera chica de mirada penetrante y me dijo «Do you speak english?”.
–Aleluya!, pensé, es un milagro!!.
El Beso
Berlín, Alemania / El fotógrafo Regis Bossu fue el encargado de inmortalizar en 1979, el “beso fraternal” entre dos líderes comunistas de la Guerra Fría, Leonidas Brezhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA). Con aquel beso Honecker y Brezhnev firmaban un nuevo mundo, en el que la RDA y la Unión Soviética pretendían que nada cambiara. Uno quería la defensa ideológica del comunismo, en un momento en el que el sistema estaba más cuestionado; el otro, la intervención del Ejército Rojo en Alemania en caso de una revuelta popular similar a la de Praga, muy posible dada la gran oposición a Honecker.
El nuevo mundo, el beso diplomático, reforzaba el país dividido por un muro y alejaba la posibilidad de la reunificación alemana. Una vez caído el muro en 1989 el artista ruso Dimitri Vrúbel pintó este famoso mural en la East Side Gallery de Berlin, uno de los íconos de la capital alemana. Debajo de la ilustración se lee el lema: “Dios, ayúdame a sobrevivir a este amor letal”.