Mi viaje a Ucrania desde Rusia estaba marcado por una incógnita, a propósito de los comentarios de tensión entre ambos países. Al llegar a la frontera, aún de noche, soldados ucranianos muy serios subieron varias veces al bus pidiendo pasaportes. Sus caras de «pocos amigos» me hicieron dudar sobre la hospitalidad que recibiría en Kiev.
Fotografías y relato: Nelson González Arancibia
Aunque salí 2 horas antes de la hostal, llegué a la estación de buses Varshavskaya de Moscú con el tiempo justo para realizar la ineludible revisión del equipaje siguiendo una larga fila de personas. Pasar por los rayos X, abrir mi mochila y mostrar que llevaba sólo ropa y mi equipo fotográfico fue el comienzo. Luego de eso tuve que ir a una ventanilla a hacer un trámite que no entendía muy bien.
Me atendió una mujer mayor, rubia, de lentes. Me pidió el pasaporte y el ticket de viaje para ingresarlos a su computador. Aunque había llegado con suficiente antelación la lentitud de la mujer para oprimir cada tecla me estaba poniendo nervioso.
Finalmente me entregó el papeleo y un adhesivo para pegar en la mochila. ¿No debo pagar nada?, le pregunté con señas. “No, de aquí directo al bus», me respondió de la misma forma dibujando una sonrisa en su cara que me pareció tan cercana como poco habitual, luego de pasar 2 meses en un país donde las sonrisas están reservadas sólo para los amigos.
Camino a la frontera
Luego de 10 horas de viaje en un cómodo bus de la empresa Ecolines, llegamos a la frontera con Ucrania. Esperé casi una hora y media hasta llegar a verle le cara al oficial de inmigración. Sin decirme una palabra y con aspecto de pocos amigos, timbró mi pasaporte y me dejó continuar viaje.
No habíamos avanzado nada cuando un segundo y luego un tercer militar subieron al bus pidiéndonos nuevamente mostrar pasaportes. Eran las 5:35am cuando continuamos viaje. Pasadas las 09:00 de la mañana del día siguiente llegamos a la estación Vydubychi de Kiev que nos recibió con una suave llovizna pero con una mejor temperatura, +6 grados.
Para llegar a mi hostal compré un boleto de metro, con seguridad el más barato que haya encontrado jamás. Me bajé en la estación Vokzalna, desde donde debía caminar todavía algunas cuadras más.
Hospitalidad ucraniana
Le consulté a algunas personas pero nadie sabía el camino. De la nada apareció una chica que me preguntó «¿necesitas ayuda?». Me dijo, «yo sé cómo llegar, no es muy cerca, debes tomar un bus». Esperamos uno de los pequeños buses amarillos que pasaban por la entrada de la estación y luego de preguntarle algo al conductor me dijo:
–»Sube, este bus nos sirve». Puedo ir solo, le dije tratando de no abusar de su amabilidad, pero ella insistió.
–»No es problema para mí», incluso no esperó que sacara mi dinero y pagó ambos pasajes.
Su nombre era Masha, una chica muy diferente del tipo de persona que pensé me encontraría en Ucrania. Algunas cuadras más adelante me dijo –»aquí es, debemos bajar».
Era un barrio residencial, sólo con edificios alrededor y algunos restaurantes. Luego de consultar otra vez su celular y caminar media cuadra dimos con la dirección. Un pequeño letrero indicaba el ingreso al Globus hostel, el más económico que encontré y del cual me iría a la mañana siguiente. Le di las gracias y pensé «tal vez ella quiera mi teléfono», pero no fue así. Se despidió y desapareció rápido, de la misma forma que llegó.
Así comenzaba mi viaje a Ucrania, un país que siempre quise conocer y que, por lo menos el primer día, me recibía de manera muy hospitalaria.